¿Les confieso algo?
Odio las despedidas de soltera. Odio la idea de pasar una noche llena de pajillas con forma de pene, pasos de baile ridículos y mujeres diciéndome: «¡La próxima serás tú, Kaitlyn!». Y las odio todavía más si son en una discoteca superglamorosa de Miami, exactamente el tipo de lugar donde no encajo. La cosa no podría ser peor, ¿no?
Pues, sí: podría ser peor. Con ustedes, el señor «Más-Guapo-Imposible». El rey de los insoportables. Hasta su ceño fruncido tiene el ceño fruncido. Y se pone todavía más insoportable después de que me vuelco unos tragos encima y salpico a una de las invitadas VIP. El tipo debe ser el gerente de la discoteca, porque tiene las llaves del penthouse que está en el piso de arriba. El penthouse al que me invita a pasar para que me cambie. El penthouse donde tenemos sexo por todos lados. El penthouse del que me echa minutos después al recibir una llamada. ¡Les dije que se ponía peor!
¿Están listos para que se ponga incluso peor? Es el primer día en mi nuevo trabajo y ese tipo insoportable resulta ser mi jefe. James Morris, un empresario multimillonario dueño de discotecas y un completo imbécil como jefe (si es que las revistas de chismes dicen la verdad). Y también papá soltero de una niña adorable que necesita mi ayuda.
Pero ¡de ninguna manera puedo aceptar el trabajo! Si cada vez que miro a James, recuerdo esa noche en el penthouse. Y, por el modo en que sonríe cuando me mira, sé que él piensa lo mismo que yo. Pero luego me explica por qué es importante para él que acepte el trabajo. Me dice que me necesita. Me dice que no puedo negarme.
¿Les confieso algo más?
Odio a mi jefe.